Oye, ¡PERO OYE!

Estaba en el bus, San Pablo. Bastián se quedaba en la micro, mi Tío y yo bajábamos de ella. Íbamos a los locales cerca de Puerto Cristo, pero estábamos al lado de Neptuno. Una vieja con lentejuelas y brillina me besaba, asquerosa sensación, estaba a punto de descubrir el secreto de la equitación y los baños de color negro que lucían mejor que cualquier otro. Pero llega Felipe y me despierta. No lo podía creer, mis manos se parecían a las de Mickey Mouse, juro que si no hubiera sido por el color piel, mis manos parecían cubiertas por esos guantes de cuatro dedos. Me sentía inútil. Y para que hablar de mis pies, parecían flotadores. Tan grandes, calientes. Unos 50ºC podía sentir. Mis poros no daban más, no sabía que me pasaba. Me senté en la cama para que mi cuello grite de dolor, lo toco y mis codos se marean dejando mis brazos con un intenso ardor. No lo podía creer. Mordí mi brazo derecho, no lo sentía, pero me había equivocado ya que él estaba ahí, quietesito y adolorido. Al fin me levanté, me miré al espejo. Mi cara, como siempre con los ojos chicos, la chasquilla pegada en la frente + mis ojos desorbitados. Chascona y con mis rayos. Mi habitación amarilla por gracia de las cortinas. Salgo y entro al baño, necesitaba urgente una ducha de agua helada, lavo mis dientes y sentí ese amargo sabor de cada amanecer. Tomo el baño y todo vuelve a la normalidad. No había vieja, no había tantos grados. Tampoco Bastián ni Tío. Solo la imagen de mi hermano tocando la puerta diciendo “epue, hasta cuando dormis”.

# posted by Catalina Pimentel : 2:01 PM